domingo, 8 de abril de 2012


   Carlos Carmona viene desarrollando su trabajo desde hace veinte años en Las Cuevas del Rodeo, un espacio singular en la localidad alicantina de Rojales (España).

Abreviaturas de la inquietud

   La escultura de Carlos Carmona transita la inquietud del desgarro, del vacío abierto bajo nuestros pies desnudos en contacto con la tierra, lejana de dioses y cielos desaparecidos. Sus obras remiten directamente, como enormes interrogantes, a la perplejidad -y desasosiego- del que se siente arrojado en el mundo. Una pregunta sobre el tiempo humano que renuncia a la mítica ausencia de preguntas. Un interrogante que mira a la cara de una vida escindida -humana, demasiado humana-. Renuncia a la ceguera, a la mudez, a la sordera. La escultura de Carlos Carmona habla con gritos de metales retorcidos, pero también con susurros de cenizas. Y escucha. Atiende a las fuerzas del tiempo y muestra su visibilidad en las tres dimensiones del espacio, construyendo una suerte de frágil e inestable equilibrio en el transitar humano.
 Amable López Soriano

jueves, 5 de abril de 2012

Maletas y sillas con alma propia

   Hierro, madera y piedra. Estos son los elementos básicos de las esculturas que se exponen. Son obras que emergen de sueños. A veces son ligeros, como sueños de un niño, ligeros como el papel estrujado o la paja que emplea el artista en su obra. A veces pesan mucho, tanto como el hierro y los clavos que usa el escultor Carlos Carmona en sus estructuras -o como los ladrillos, cubiertos con una capa fina de laca dorada.
   (...) Y una vez tras otra parecen susurrar las maletas y las sillas a nuestro oído: "Cuando era niño, todo era fácil; de adulto el mundo comenzaba a descomponerse en mil pedazos". Así que el respaldo de un banco está compuesto de varios trozos de piedra (...) Allí también está la silla de la infancia -o sea, que se podría llamar así, aunque el artista no le ha dado ningún título. En su rígido respaldo hay recortes rectangulares, que parecen miradores o ventanas. Desde allí se pueden ver días de una infancia vivida en el pasado. La forma de esta silla es clara y deja lucir un espíritu fuerte, lo que subrayan los materiales duros e indestructibles de los que la obra está hecha.
Katharina Korell

viernes, 30 de marzo de 2012

Exposición en la Casa-Fundación de Miguel Hernández

La Fundación Miguel Hernández acoge por vez primera una colección de esculturas en su sala de exposiciones. La muestra que recibe el titulo de Viajes y Estancias es obra del escultor Carlos Carmona y ofrece un compendio de la obra de este artista por todas las partes del rincón hernandiano, e incluso alguna obra de este escultor extremeño se escapa de los límites de los edificios y se aposenta delante de ellos para recibir al visitante.

La obra expuesta pretende establecer un diálogo creador entre la sala y la casa museo, ya que se ha creado un recorrido entre ambos espacios en el que las esculturas nos hablan de ausencias y viajes, y con ello también de la presencia del ser, de ahí que las esculturas se encuentren por todas partes: dentro de la sala, en la casa, en la sede de la fundación y en cualquier rincón, para dar sensación de dinamismo.

Carmona tiene una dilatada cartera de exposiciones y ha llevado su obra a lo largo del territorio peninsular. Ha expuesto obra propia desde 1986.

Se trata de la primera exposición de esculturas de la sala, señalan desde la Fundación Miguel Hernández, y en la misma la ausencia y la fragilidad del ser son algunos de los temas que reflejan la vida trashumante y peregrina del hombre. Los equipajes y sillas o balancines trascienden su uso cotidiano para convertirse en metáforas de la pérdida del paraíso y de la auténtica mayoría de edad del hombre.

El propio autor define su obra con ese sentido del vacío y trabaja materiales de lo más variado, desde metales rojizos a las maderas más cálidas, creando un contraste. Carmona quiere que sus esculturas hablen y lo hacen con metales retorcidos y con algunas creaciones de difícil equilibrio. Sorprende el encontrarse con grupos escultóricos en los que las cosas pierden su sentido primigenio. Así cobran nueva expresión formal transparencias y asientos de espinas, enormes clavos de traviesas y madejas de esparto se presentan a los ojos del espectador.

Otro grupo habla de equipajes y maletas pesadas que esperan que alguien las recoja del suelo, para viajeros que no se sabe de dónde vienen ni tampoco a dónde se dirigen, acaso hacia un viaje al interior de las personas, para conocerse mejor.

La música y la escultura se hermanan con instrumentos que el autor define para la música del tiempo, con contrabajos que en vez de cuerdas presentan clavos o violinistas estilizados que o gustan y hacen reflexionar sobre el arte o la vida, o dejan al espectador retomando el interrogante que planea sobre la obra de Carmona.

En suma, una colección de esculturas las que ofrece por vez primera la Fundación Hernandiana para aquellos que encuentran en la transformación de los objetos cotidianos en la pura abstracción el sentido del arte.

J. Andreu (Diario LA VERDAD)


sábado, 24 de marzo de 2012



"En la mascarada del arte sólo cabe la bondad de los indignos" (A. F. Verdú)

   Quizás podríamos plantearnos que la obra de Carlos Carmona comienza a partir de una revisión de los objetos, y atisbar, desde lejos, alguna posible relación con lo que fue el pop español, más cercano a lo povera que al claro sentido de la sociedad de consumo americana en donde se centran sus raíces. Y aunque sabemos que esto no es así, es indispensable poner alguna referencia para adentrarnos si acaso a nivel estético en su obra, pero como lo que nos interesa realmente es desenmascarar lo que hay detrás de esta aparente imitación de la realidad, aprovecho mi condición de amigo, conocedor de su obra, para pensar que a Carlos no le interesa demasiado la belleza formal, ni el brillo de sus maderas nobles y ni siquiera el importante y vibrante sonido de su música. Hay algo que se nos escapa, y no es la importancia del espacio vacío que hay entre sus cuerdas, sino la necesidad del hombre para que el objeto pueda vivir intensamente, el instrumento, la escultura visible es la excusa, la belleza que no se esfuma, que no perece, el pretexto para contarnos la historia de una ausencia, el hombre que no está, el viajero, el músico, aquel que estuvo, el que no vemos, al que no oímos, pero al que esta obra crea un cordón umbilical que nos hace sentir que esta ausencia posiblemente es la nuestra. Tocar la ausencia no es fácil, este es el reto, el sonido de la llegada y el adiós.
   Qué importa si se habla de la vida o de la muerte, porque indudablemente esta escultura es nuestra propia memoria.
Rafael Maestro Lozano

domingo, 5 de febrero de 2012

De la semilla de lo esencial germina el árbol de la sobriedad

   La obra de Carlos Carmona conjuga el verbo imaginar en todos los modos, tiempos y edades del hombre, instalada en un devenir diacrónico y descontextualizado que abarca desde el ayer remoto de la conciencia, hasta el mañana utópico del pensamiento racional. En medio, aparece el totem-significante. Por ejemplo: El violinista virtuoso, acunando la melodía pretérita que duerme suspendida en un triángulo visual metálico, donde el pentagrama sueña con el aire, estableciendo un idilio que terminará engendrando el sonido.
   Tan simple y tan perfecto, tan recio y tan bello; tan tosco y tan lírico al mismo tiempo. Las esculturas de Carlos Carmona evocan el trazo de las pinturas neolíticas pertenecientes al Naturalismo Levantino; su magia minimalista y trascendente, donde la creación pura, sin prejuicios ni concesiones a la estética, permite al artista crear sin tener que justificar lo evidente. Así, es la música quien invade nuestros ojos en vez de los oídos. Se puede afirmar que Carlos Carmona ve la música, directamente. Y es preciso tener tatuada una melodía en el alma, para poder escucharla (tal vez rescatarla) mediante la contemplación de esta serie de esculturas. Podría ser música folk, beat, clásica o charleston. Pero son todas las músicas, sin la música. Porque la música ha de aportarla el espectador (su sonido interno) de regreso a sus orígenes, allá cuando la imaginación era una paraíso sin límites, donde emoción, felicidad y libertad constituían la única razón para la existencia armónica, elemental, sin artificio, descarnada y pura. Porque de la semilla de lo esencial, germina el árbol de la sobriedad.